Sinceramente, podría ser cualquiera de nosotros. Vivía en cualquier recoveco del camino, en la esquina más sombría de una calle cualquiera. Mendigaba cariño, y, de vez en cuando, robaba alguna sonrisa a cualquier aventurero. No tenía nada destacable, todo él era un misterio. No sé mucho de él, de hecho, bastante menos de lo que me gustaría. Era una persona triste, melancólica. Dedicaba su tiempo a pensar en lo que nunca será, y a lamentarse de lo que nunca fué. No era un fracasado tampoco, simplemente veía las cosas al revés que los demás. No recuerdo nada de él, salvo esa mirada triste y lejana, a la vez tan melancólica. Sinceramente, nunca le vi llorar, pero tampoco sus ojos reflejaban ilusión. Es la persona más gris que he conocido, y a la vez tan distinta que las comparaciones eran imposibles. Me he cruzado con él muchas veces, sin quererlo. Como quien se encuentra su reflejo en un charco cualquiera. Creo que estaba loco, o por lo menos, eso me decía. "Yo nunca seré viejo". Soñaba con parar el tiempo, con poder tocar y sentir las cosas que no son, y nunca serán. Adoraba y odiaba todo, puesto que no sentía dos veces la misma sensación. No recuerdo la última vez que le ví, quizás hace demasiado. Pero, sinceramente, soy más feliz sin volver a verle. En cierto modo lo odio, en cierto modo le admiro. Su valor para ser lo que es. Nadie, a ojos de la mayoría. Pero era feliz entre el humo del tabaco y sus pensamientos, ocasionalmente se dejaba llevar por algun piano ya casi olvidado para la mayoría. Decía que lo más importante era ser feliz con uno mismo, y que al final, a ojos de la muerte, era lo único que contaba. Eran un alma tan solitaria, que muchas veces daba pena, otras veces simplemente nadie se fijaba en él. Pero yo sé que tenía algo. Algo que planeaba en secreto, y que sólo él sabía. Sinceramente, creo que nadie le conocerá jamás. Vivía de un lado a otro, quizás atechado bajo un portal cualquiera un día de lluvia, o en el bosque más profundo. Cualquier sitio, menos aquí. Y si algo le dolía en el alma, era que sus sentimientos le ataran a algo. Él, en su tranquilidad, pensaba que todo era demasiado efímero, demasiado rápido. Soñaba con pasear al lado de alguien que de verdad le quisiera, un otoño cualquiera, por una ciudad sin nombre. Nunca le importaba el cómo se ganaría la vida, él decía que las mejores ideas nacen cuando hay necesidad. Que la libertad nace dentro de una cárcel. Que las sonrisas están infravaloradas, y que el deseo es lo único que nace del alma.
Nunca le conocí, y muchas veces me arrepiento. Ahora no sé dónde está, ni siquiera recuerdo su nombre. Pero, esté donde esté, sé que él aún me recuerda.
sábado, 6 de marzo de 2010
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