Nada nos miraba, la ciudad dormía tranquila, mientras yo, saturado, no sabía que sentir. Ella estaba decidida, como yo nunca supe estar. Pero algo he aprendido, he aprendido a que yo soy alguien, y que eso sólo me importa a mí. Ahora cierro los ojos. Parece que el pasado se desdibuja suavemente, como si cada vez que mi mente recuerda su rostro las líneas fueran menos nítidas, como si la imagen estuviera desenfocada, como si yo quisiera olvidar. Y claro que quiero, puesto que no me gusta recordar cosas que ya no influyen, con gente que ya no es y con sueños que ya se han roto. Días eternos con miles de segundos que recordar, miles de palabras sinceras y millones de miradas aún más sinceras. De días de calor, de risas y de tranquilidad. Quizás eso fallaba, la tranquilidad. Quién sabe, quizás esque ahora soy hiperactivo, o que necesito sentirme más vivo que nunca. Que me sucedan cosas dignas, que este blog no siga en blanco día sí y día también. Que cada segundo deje ese sabor de boca, del que no se arrepiente de nada. Y de que para el que no espera nada, todo es bienvenido. Entonces me contradigo, pero cierro los ojos, me dejo llevar y parece que el nudo se afloja, que ya nada importa, que sólo soy yo, otra vez, como siempre he sido. Tan sincero conmigo que me duele, y tan alejado de tanta gente que me da miedo. Es hora de volver a tomar ese viejo camino, de intentar conocerme, conocer mis límites y saber quién soy. De saber lo que quiero, y luchar a muerte, hasta que me muera sin fuerzas, o hasta que consiga lo que quiero. ¿Y tú? Quizás al leer esto pienses que estoy loco. ¿Pero sabes una cosa? Lo estoy, y me encanta.
Como siempre he dicho: Nunca digas nunca, ni siempre digas siempre.
martes, 9 de febrero de 2010
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