Entras en mi vida. Así, de sopetón, sin yo esperar nada, sin picar a la puerta y sin pedir pasar. En ese momento me arrepentí. Nada más verlo, nada más empezar a conocerte. No te puedes imaginar mi cara ahora mismo. Tú acabas de irte, sin decir adiós. Tampoco tienes que decirlo. Y soy yo, como siempre, el que se monta sus líos mentales. Pero tu no sospechas nada, incluso pensarás que estoy loco. Y tengo miedo de eso, de precisamente eso. No estoy loco, pero mi corazón sí. Y sigo pensando en esos ojos, esos gestos, y esos labios. Tú me susurrabas al oído cosas que yo no esperaba, y, cuando lo pensaba, me pregunté cómo podía haber vivido sin haber escuchado esas palabras antes. Quizás sea una bobada, quizás necesitaba que alguien me desconociera. Pero ahora, en este mismo instante, siento que las barreras son mínimas, que el futuro me depara algo bueno, por lo menos un solo instante, junto a tí. Porque no te imaginas nada, ni la soledad que arrastro conmigo, ni que los mismos sueños de siempre me despierten cuando por fin consigo evadirme y volar. Y tú, que pareces tan real, y tan al alcance de mi mano, no estás aquí. Y quizás nunca lo estés, ¿quién sabe? Pero me has hecho sentir algo, algo en mi pecho que hacía demasiado que no sentía. Admiración, ganas de dar un abrazo, de que esos ojos me miren y esa boca sonría. Sentir tu calor, conocerte hasta tal punto que mi corazón lata al mismo tiempo que el tuyo. Sentir que los momentos se alargan, que el tiempo se para, y que sólo tú y yo importamos. Que no te conozco de nada, y te conozco de siempre.
...
jueves, 11 de febrero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario